POR: GUILLERMO TORALES CABALLERO
Donald Trump no decepcionó: desde el primer día de su segundo mandato presidencial echó a andar la estridente maquinaria del nacionalismo populista y de la supremacía blanca. Lo que prometió que haría, lo comenzó a cumplir apenas fue investido con las facultades constitucionales –y otras metaconstitucionales que él mismo se ha arrogado– para “Hacer grande a América otra vez”.
Desde su toma de protesta el lunes 20 de enero, inició el ataque rabioso y frontal contra todo aquello que el presidente Donald Trump, en su “versión 2.0”, considera que ha dañado hasta lo más íntimo de la dignidad estadounidense –la nativista, proteccionista, violenta, racista, revanchista; el lado oscuro de la bestia…–. Esta vez el Hombre Naranja vino acompañado de una emergente tecno-oligarquía global, que desde el Silicon Valley viene a firmar con él los mejores negocios de su vida.
El “elefante ya está en la sala” y los primeros destrozos están a la vista en la agenda bilateral México-Estados Unidos, al menos en tres escenarios de guerra muy claros: migración, economía y seguridad.
“Trumpezarse” con la misma piedra
La experiencia que nuestro país ya tuvo con el presidente Trump durante su primera administración –2017-2021– nos generó varios aprendizajes y señales inequívocas: no le gustan los migrantes, quizá particularmente los de origen mexicano, que pueblan y recorren como un México-nómada las tierras que alguna vez, siglos atrás, fueron nuestras.
El jefe de la Casa Blanca no ha escatimado en adjetivos para nuestros connacionales –criminales, asesinos, narcotraficantes, violadores y, ahora también, “enfermos mentales” evadidos de hospitales psiquiátricos– ni tampoco en amenazas, a las cuales les ha puesto su firma en una primera tanda de órdenes ejecutivas –decretos presidenciales, les llamamos acá– que ponen de manifiesto el voluntarismo del hombre más poderoso del mundo hoy en día, quien ha activado el protocolo ultranacionalista para echar a patadas a cerca de 11 millones de migrantes ilegales, de los cuales unos 4 millones son paisanos nuestros. La acción presidencial no termina ahí, ya que además ha concedido patente de corzo para que el ICE –Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, por sus siglas en inglés– pueda ingresar a escuelas, iglesias y hospitales, a efectuar todo tipo de redadas con tal de capturar al “enemigo número uno” de las desgracias de Norteamérica: el migrante.
Carente de una protección real –lo del “apoyo consular” por parte de México y la dotación de una tarjeta de débito con 2 mil pesos, son un pobre remedio casero para la dolorosa tragedia que se nos viene encima–, el migrante vive hoy el drama y la zozobra no solo de la deportación, esposado de pies y manos y con estatus de “criminal”, sino que además dejará atrás y para siempre un proyecto de vida, un hogar, un sueño, una familia e hijos. El american way of life se habrá convertido, literalmente, en una veradera bad dream.
Además, la estrategia de deportación trompiana viene acompañada de la cancelación del recurso para obtener la nacionalidad norteamericana vía el nacimiento en su territorio, además de la eliminación de la plataforma CBP-One, medida creada en 2023 durante el gobierno del ex presidente Joe Biden, que permitía el registro de aspirantes a solicitar, tramitar y obtener, eventualmente, un ingreso legal a los Estados Unidos, pero que fue suspendida apenas transcurrieron las primeras horas del nuevo gobierno.
Negarse a admitir por la vía de los hechos que México reciba a todos los migrantes deportados de la Unión Americana –es decir, además de mexicanos: salvadoreños, colombianos, cubanos, haitianos, hondureños y nicaragüenses, entre otros, con todo el costo social y económico que ello implica– podría desencadenar un episodio lamentable, como el que protagonizó recientemente el presidente colombiano Gustavo Petro al negarse a aceptar dos aviones militares estadunidenses con colombianos, deportados y esposados. El final de esta guerra de narrativas en las redes sociales fue la declaración de Trump, fanfarroneando con que “el gobierno de Colombia ha aceptado nuestras condiciones”. ¿Estás oyendo, México?
No era amenaza, era un aviso
La problemática situación que vive México con Estados Unidos a raíz de la llegada de Donald Trump a la presidencia –en realidad, un nuevo capítulo de nuestra relación bilateral amor-odio– presenta ya sus primeros episodios en materia económica. Lo dijo una y otra vez desde su campaña, luego lo confirmó en los primeros días de su segunda administración y ahora, simplemente, lo anunció este 1 de febrero: aranceles del 25% para los productos mexicanos; Canadá y China son las otras dos naciones sancionadas.
Aunque varias voces, dentro y fuera del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, participaron del discurso negacionista que afirmaba que Estados Unidos “no se iba a dar un tiro en el pie” subiendo los aranceles a México, que solo era una brabuconada más del Hombre Naranja, otros en cambio aseguraban que así sería, dado el talante prepotente y pendenciero del presidente Trump, a quien las razones técnicas –incluso siendo ciertas– poco o nada le importaban, pues estaba dispuesto a “sacrificarse un poco” a cambio de los enormes beneficios que políticamente le redituaría cumplir una de sus amenazas más populistas y mediáticas. Donald Trump no está haciendo sumas y restas con los aranceles, está enfocado en imponer su estrategia de “negociador duro” para llegar con toda su fuerza a la mesa con sus interlocutores de la región, ya ablandados por el anuncio arancelario y sus catastróficas consecuencias.
Inmediatamente después del anuncio, los analistas comenzaron a hacer las primeras cuentas que anuncian un oscuro futuro económico y comercial, por decir lo menos: de entrada, se habla de una pérdida económica para México cercana a los 475 mil millones de dólares; aquí cabe recordar que alrededor del 80% de nuestras exportaciones tienen como destino a la Unión Americana, lo cual explica los numerosos ceros de esta cifra. El Consejo Nacional Agropecuario, por su parte, advierte que entre los productos que se verían afectados figuran las frutas, carnes y hortalizas, lo cual dañará severamente las cadenas de suministros a productores y consumidores, de uno y otro país.
Por ejemplo, se señala que el 50% del consumo en EU de aguacate, tomate, chile y berries, proviene de México; además les exportamos más de mil 500 millones de dólares en productos cárnicos –cerdo y res–; 8 mil millones de dólares en cerveza y tequila. Asimismo, no se puede dejar de citar que entre los productos procesados más importantes están panadería, galletas y salsas.
Por su parte, la Industria Nacional de Autopartes de México subraya que el incremento en los aranceles traería un aumento de 3 mil dólares –unos 63 mil pesos– en el precio promedio de los automóviles para los norteamericanos. No hay que olvidar que la industria automotriz de Norteamérica genera cerca de 11 millones de empleos en los tres países.
El relato sobre la imposición de los aranceles de EU a México continúa, luego de que este lunes 3 de febero, mediante una conversación telefónica entre ambos mandatarios a primera hora, la presidenta Sheinbaum anunció el logro de una “pausa” a la inminente aplicación de aranceles a nuestro país; tal acuerdo está sujeto a una suerte de “evaluación” mensual –otro entrecomillado, subjetivo y ambiguo– que harán ambos gobiernos, por separado y juntos, luego de que sus equipos diplomáticos de alto nivel establezcan mesas de análisis y negociación sobre dos álgidos temas: migración y narcotráfico, donde las perspectivas y los datos son muy diferentes para cada país.
Mientras para Donald Trump y una buena parte de los estadunidenses, México es el responsable de una migración criminal y depredadora, en contraste este fin de semana hubo numerosas marchas en ciudades norteamericanas con la emblemática frase “¡Un día sin Mexicanos!”; la realidad como un remake de la película de Sergio Arau. También se señala a nuestro gobierno, al de antes y al de ahora, de tener una alianza escandalosa e inaceptable con los cárteles de la droga –especialmente aquellos que comercian e introducen fentanilo–, costos de una sospechosa no-estrategia del gobierno de AMLO fundada en la premisa , casi chiste, de “Abrazos no balazos” y “Los voy a acusar con su abuelita”…
En contrapunto, para México los gobiernos de EU no han hecho lo suficiente para combatir el mercado de la venta de armas al narcotráfico en su país, se hacen de la vista gorda frente al activismo de los cárteles locales y sus negocios de lavado de dinero, además de mostrarse incapaces de emprender una cruzada nacional en materia de salud pública para contrarrestar al flagelo de las adicciones entre la población norteamericana.
Dos visiones; un mismo problema. Ya lo dijo el clásico: “Si México es el trampolín para el tráfico de drogas, entonces Estados Unidos es la alberca”.
…Y lo que nos falta.
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